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    Merecido homenaje



    Un grupito de docentes y estudiantes hemos armado este pequeño homenaje a nuestro querido Limber Santos, transcribiendo las palabras que se dijeron esa nochecita de sábado 30 de noviembre en que se entregaron los Premios Morosoli de la Cultura Uruguaya, y también recogiendo algunos testimonios de estudiantes que lo tienen muy presente.

    Creemos que es una linda forma de terminar el año, festejando a un colega del Instituto de Educación que es una verdadera inspiración para quienes le rodeamos.

    Aquí las palabras de la ceremonia

    Aldo Silva – Para entregar el Morosoli de Plata en Educación invitamos al escenario al nieto del escritor Juan José Morosoli, integrante del Consejo Directivo Central de la ANEP, Profesor Julián Mazzoni Morosoli.

    Nuestro homenajeado es Maestro de Educación Primaria y Licenciado en Ciencias de la Educación por la Udelar. Posee dos Maestrías y diversos diplomados. Es docente e investigador. Fue director del Departamento de Educación Rural de Primaria durante 14 años y, actualmente, es el Director del Centro Nacional de Formación de Maestros Rurales Agustín Ferreiro. Ha publicado artículos sobre educación rural y ha dictado conferencias y cursos de posgrado en universidades en varios países en la región y más allá, también en Europa.

    Invitamos a pasar al escenario al Maestro, Licenciado, Magíster Limber Santos Casaña a recibir el Morosoli de Plata.

    Limber – Buenas noches a todas y a todos. Gracias a la Fundación Lolita Rubial por este reconocimiento y por todos los reconocimientos a lo largo de tantas ediciones. Gracias a mi familia, a Laura, Anahí e Inti; sin ellos, esto no sería posible. Gracias a mis padres, que están en los campos de Rincón de Pando, departamento de Canelones, agricultores y peones rurales toda la vida.

    Gracias a mis compañeros y compañeras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Y gracias en nombre de la educación pública. Soy hijo de la educación pública; le he sacado el jugo a la educación pública. A la Maestra Silvia Stefan, al Maestro Julio Ibarra, quienes me acompañan, maestros rurales que en su nombre representan al magisterio nacional y a tantas maestras y maestros rurales con quienes hemos transitado múltiples caminos por la campaña y por tantas escuelas rurales que también representan a la escuela y a la educación pública de este país.

    El corazón palpita fuerte esta noche, y me acuerdo de los niños de los que fui maestro hace muchos años, en Cañada Grande, departamento de Canelones, donde una mañana les contaba un cuento de Perico, de Juan José Morosoli. El cuento era “La lluvia”, ese cuento donde se ve venir la lluvia de lejos, borrando los cerros en el horizonte. Cuando yo les contaba en esas sencillas, muy planas y simples palabras, pero profundas en las imágenes que evocan de la lluvia de Morosoli, los niños imaginaban una lluvia lenta, mansa, de esas sin viento, que duran horas.

    Pasado el tiempo, un día llegamos a la escuela y llovía así: una lluvia vertical, lenta y mansa. Y los niños dijeron: “Mire, maestro, ¡una lluvia morosoliana!”. A partir de ahí, toda vez que llueve de esa manera, es una lluvia morosoliana, que aquellos niños de Cañada Grande evocaron y acuñaron alguna vez. Gracias.

    Testimonios de estudiantes

    «Siempre me pareció un excelente docente; cálido, respetuoso, muy serio y responsable en todos los temas que abordó, muy humano. Y por todo eso, le guardo mucho respeto y cariño, y siempre que lo veo por Facultad me acerco a saludarlo. Guardo un lindo recuerdo de él. Muy comprometido con la educación.»

    «Él nos acercó al maestro Soler (que yo recuerde, creo que fue el único que lo refirió con mayor detenimiento). Y recuerdo que nos habló de haber tenido un mayor acercamiento al maestro Soler y a sus iniciativas educativas, precisamente por su implicancia con la escuela rural. Era uno de sus principales referentes.»

    «Su referente, Miguel Soler. Creo recordar que nos contó que él conoció su biblioteca.»

    «Tuve clase con Limber por zoom, durante la pandemia. ¡Recuerdo que tenía una biblioteca enorme! ¡Súper ordenada y hasta con un gramófono! ¡Se veía en la pantallita a Limber y a una cantidad de libros! ¡Por eso ganó el Morosoli: sabe muchísimo!»

    «Un docente claro, preciso, dedicado, muy respetuoso en no imponer ideas, siempre la reflexión mediando.»

    «Ese premio es una muy linda noticia. El reconocimiento a alguien que sabe mucho, aporta con generosidad y con una actitud muy sencilla, y tiene una excelente capacidad para enseñar.»

    «Una de sus clases era sobre el banco fijo y la mesa colectiva. Cómo lo explicaba y la emoción que ponía en esas clases… Te hacía viajar con las narraciones. Lograba hacerte vibrar y transmitirte el magisterio de una manera tan fuerte…Te daban esas ganas, ese ímpetu de ser docente. Narraba las vidas de los pedagogos que trabajábamos, y además sus propias vivencias junto a Miguel Soler, de una manera que me hicieron dar un giro a mi tesina.»

    «Siempre se dirige a los estudiantes por su nombre de pila.»

    «Una humanidad para vivir el magisterio y la docencia que poca gente tiene. Tiene una capacidad de trascender la vorágine y detenerse en los pequeños detalles de las memorias de los maestros que trabaja en clase, desde sus descripciones personales, como seres con una historia más allá de la docencia. Sabe contar sus vidas como seres humanos trabajadores, incansables… y creo que así es él también.»

    «Siempre anda con un bucito escote en V. Esa sencillez común del maestro de escuela, que no la pierde nunca.»

    Y para terminar, el cuento “La lluvia” de Juan José Morosoli

    Ver llover allí, en aquella chacra, era una cosa que causaba placer. Un placer tranquilo que aún me alegra.

    No olvidaré nunca aquella mañana. Hasta aquel día no había sentido la emoción de la lluvia. Me parecía que el campo y el árbol y yo éramos felices de la misma manera: quedándonos quietos y dejándonos penetrar por aquella música mansa y aquella lluvia lenta que caía sin interrupción.

    A mi hermana le gustaba mucho jugar a las casitas. Con cuatro palos, algunos cueros y unos mazos de paja mansa, había construido la suya. Era una vivienda como la de los indios.

    El agua vino despacio. La sentimos llegar. La vimos venir, borrando cerros, y dejando todo detrás de su vidrio esmerilado. Las gallinas corrían apresuradas y ganaban hornos y graneros. Lejanos cantos de aguateros y alborozados gritos de teru-terus confirmaron la presencia lejana de la lluvia. Unos horneros vinieron hasta donde nosotros. Los vimos volar y luego detenerse en la horqueta de un árbol. Habían elegido hogar. Cuando llegaron las primeras gotas, picotearon la tierra y trajeron una mota en el pico. Colocaban la piedra fundamental de su casa.

    Las gentes del pago comenzaron a llegar a los ranchos. Venían a jugar a las cartas. La lluvia creaba una sociedad candorosa, sencilla y feliz.

    Desde los cerros comenzaban a bajar pequeñas corrientes. En las quebradas nacían cañadas. Al campo le nacía un sistema de venas. Mirando éste, recién comprendí el mapa con los azules nervios de sus ríos dibujados.

    Sobre los cueros llovía lentamente. Aquel asordinado tambor nos iba invadiendo. De tarde mi hermana volvió a la casita. Quería pasar la tarde con las niñas de la chacra jugando a las abuelas.

    Quería hacer cuentos de su juventud y me pedía a mí que me portara mal así podía decir a cada rato que los hijos daban mucho trabajo.

    Mi hermana –la abuela- tenía doce años.

    Aquella tarde fue una de las más felices de mi vida.




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